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Lo que abre el amor, que no lo cierre el miedo.


sábado, 31 de mayo de 2008

Los cuatro hermanos


Comentando con una amiga el tema del post anterior, surgió en mi mente un cuento que una vez leí en un libro de Jorge Bucay y que me marcó mucho al respecto, por eso quisiera hoy compartirlo, como modo de completar el tema del post anterior. Es un cuento muy duro que muestra de manera contundente lo influyente que es nuestra vida la relación con nuestros padres...

Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de algún lugar de Oriente, vivía un señor con cuatro hijos, el menor de los cuales tenía, en el momento de esta historia, alrededor de treinta años. Para ese entonces, sus hermanos contaban con treinta y cinco, treinta y siete y cuarenta años. El padre tenía algo más de sesenta, pero como en esa época el promedio de vida rondaba los cuarenta años, era prácticamente un anciano y, por lo tanto, tenía todos los problemas propios de la senectud. Su cabeza, su cuerpo, sus esfínteres, su capacidad para valerse por sí mismo, nada de esto funciona ya bien en el viejo.
Un día, el hijo más joven se casó y se fue de la casa. Se generó entonces un gran problema: el padre se que daría solo. La madre había muerto a raíz del último parto y los otros hermanos ya estaban casados. En consecuencia, no había nadie que pudiera hacerse cargo de este viejo, con el agravante de que no eran épocas en las que hubiera asilos ni dinero para pagarle a alguien que se ocupara de cuidarlo.
Los hijos empezaron a sentir que, pese al amor que le tenían, el padre era una complicación. No era posible que ninguno de ellos se llevara al padre a vivir a su casa para hacerse cargo de él. Así es que los hijos tenían verdaderamente un serio problema.
El cuento comienza con los hijos reunidos conversando acerca de cuál será el futuro del padre. En un momento dado, se les ocurre que se podrían turnar. Pero pronto advierten que esa solución no va a ser suficiente y, además, que significa un gran costo para sus vidas. Y entonces, casi sin darse cuenta, empiezan a pensar que lo mejor que les puede pasar es que el padre se muera.
Pese al dolor que implicaba para ellos ese reconocimiento, pronto advirtieron que no podían sólo esperar que esto sucediera, porque el padre podía llegar a vivir muchos años más en aquella situación.
Pensaron, también, que ninguno de ellos podría soportar esa demora. Y entonces, misteriosamente, a uno de ellos se le ocurrió que, quizá, lo único que habría que hacer era esperar que llegara el invierno.
Quizá el invierno terminara con él. Y fue así como imaginaron que si entraban en el bosque con su padre, y el padre se perdía, el frío y los lobos harían el resto...
Lloraron por esto, pero asumieron que tenían que hacer algo por el resto de sus vidas. Y decidieron turnarse para cuidar al padre, pero sólo hasta la llegada del invierno.
Después de la primera nevada, que fue especialmente intensa, los cuatro hermanos se reunieron en la casa.
Le dijeron al padre: Ven, papá, vístete que vamos a salir.
¿Salir? ¿Con la nieve? —preguntó el padre sin comprender.
Pero los hijos respondieron: Sí, sí, sí, vamos.
El padre sabía que su cabeza no estaba funcionando bien últimamente, así que decidió acatar con sumisión lo que sus hijos le decían.
Lo vistieron, casi irónicamente lo abrigaron mucho, y se fueron los cinco rumbo al bosque.
Una vez allí, comenzaron a buscar un lugar para abandonarlo y desaparecer rápidamente. Se introdujeron en el bosque, cada vez más profundo, hasta que en un momento dado llegaron a un claro.
De pronto, el padre dijo: Es aquí.
¿Qué? —preguntaron asombrados los hijos.
Es aquí —repitió el anciano.
Supuestamente, el padre no tenía la lucidez suficiente para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Por otro lado, ellos se habían cuidado muy bien de no decirlo. ¿A qué se referiría el padre?
Aquí, aquí, éste es el lugar —insistió.
Entonces, los hijos le preguntaron: ¿Qué lugar? Papá... ¿Qué lugar?
Y el padre respondió: Éste es el lugar en donde, hace veinticinco años, abandoné a mi padre.


Parafraseando a Bucay: Ésta es la historia de la educación, para bien y para mal. Porque vamos a hacer con nuestros padres lo que ellos nos enseñaron que se hace con los padres. Del mismo modo, nuestros hijos van a hacer con nosotros lo que nosotros hicimos con nuestros padres.
Si hemos trasladado la capacidad amorosa de amar a nuestros padres, cuidarlos y sostenerlos, hemos estado enseñando a nuestros hijos esa capacidad, hemos trasladado ese aprendizaje. Si cada vez que llego a mi casa digo: “Cuándo será la hora de que mi padre se muera” y vivo abandonándolo en el bosque, algún día mi hijo va a pensar lo mismo. En consecuencia, si vivo diciendo de mí: que trabajo en lo que no me gusta, que la vida es desastrosa, que no valgo nada, que estoy enfadada; si vivo faltándome el respeto a mí misma, no sintiéndome orgullosa, sintiéndome esclava de la vida que llevo y tengo una autoestima muy baja, ¿cómo puedo pretender que mi hija se sienta valiosa, si es la hija de una que no vale?
En suma, la mejor manera de ayudar a mi hija a que tenga su autoestima preservada es, primero, dándole ese valor, ofreciéndole la posibilidad de adquirir aquellas esas capacidades; y segundo, pero no menos importante, sintiéndome valiosa yo. Sólo si uno se siente valioso puede transmitirle a un hijo lo que significa sentirse valioso.
Pero si esto no ha sucedido, si yo no he tenido la suerte de nacer en un espacio donde mi madre y mi padre pudieran sentirse valiosos y valorarme, ¿qué hago? En ese caso, habrá que buscar en el afuera personas y grupos que sean capaces de cubrir esas carencias. Pero atención, van a tener que ser personas y grupos capaces de dar y recibir amor, que estén orgullosos de ser quienes son y que se animen a ser protagonistas cada uno de su propia vida. (Este grupo yo lo he encontrado en mis reuniones de Budismo y agradezco enormemente el aporte que han hecho a mi vida y que yo misma me he permitido hacer a la mía)
La idea de crecimiento y superación tiene que ver con la consecuencia de todas estas nociones. Pues si yo realmente me valoro, me acepto, me respeto, me siento orgulloso de mí mismo y reconocido, inevitablemente las cosas que haga van a redundar en crecimiento personal y, sin duda, voy a querer superarme; pero no a causa de sentirme inservible, sino como resultado de sentirme bien; sentirme bien sin descartar la idea de que puedo ser mejor. Porque superarse quiere decir: hoy estoy bien y mañana voy a estar mejor, y no: hoy estoy mal y mañana voy a estar bien. Esto es muy importante; superarse no deberia implicar nunca desaprobación hacia uno en el presente.

Para terminar y, si quereis seguir indagando sobre el tema, os recomiendo dos películas que han sabido reflejar este tema de manera sublime: "¿Qué hora es?" un film italiano con Macello Mastroianni y Massimo Troisi y la otra "El club de la buena estrella" un film chino basado en la novela de Amy Tam.

Jorge Bucay es un psicodramatista, terapeuta gestáltico y escritor argentino. El cuento fue extraído de su libro "De la autoestima al egoismo"

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