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Lo que abre el amor, que no lo cierre el miedo.


sábado, 15 de noviembre de 2008

Historia de un buen Brahma




Paseando por la web me he encontrado con esta curiosa historia de Voltaire que expresa, en un tono casi de humor, cómo los humanos nos enredamos en porques interminables en busca de la ansiada felicidad, perdiendo de vista, muchas veces, lo esencial, y sin darnos cuenta de que la tenemos delante de nuestras propias narices.
Me he tomado el atrvimiento de modoficar el lenguaje arcaico con el que estaba escrita para hacerla más amena y comprensible.
Espero que la disfrutéis.



En mis viajes encontré un brahma anciano, sujeto muy cuerdo, instruído y discreto, y con esto rico, cosa que le hacía más cuerdo; porque como no le faltaba nada, no necesitaba engañar a nadie. Era esposo de tres mujeres muy hermosas que gobernaban su familia y, cuando no se recreaba con sus mujeres, se ocupaba de filosofar. Vivía junto a su casa, que era hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una india vieja, tonta y muy pobre.
Un día me dijo: "Quisiera no haber nacido."
Le pregunté porqué, y me respondió: -"Hace cuarenta años que estoy estudiando, y los cuarenta los he perdido; enseño a los demás y, sin embargo, lo ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida; he nacido, vivo en el tiempo, y no sé qué cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis pensamientos, sino también el de mis movimientos; no sé porqué existo, y no obstante todos los días me hacen preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder con precisión y no sé que decir, hablo mucho, y después de haber hablado me quedo confuso y avergonzado de mí mismo. Peor es todavía cuando me preguntan si Dios es eterno. A Dios pongo por testigo de que no lo sé, cosa que se nota en mis respuestas. Reverendo Padre, me dicen, expliquéme cómo el mal inunda toda la tierra. Tan adelantado estoy yo como los que me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo está perfectísimo; pero los que han perdido su patrimonio y sus miembros en la guerra no lo quieren creer, ni yo tampoco, y me vuelvo a mi casa abrumado por mi curiosidad e ignorancia. Leo en los libros antiguos, y me confunden más las tinieblas. Hablo con mis compañeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida y me ría de la gente; otros creen que saben algo y se descarrían en sus desatinos, y todo esto se suma a la angustia que padezco. Muchas veces estoy a punto de desesperarme, al ver que al cabo de todas mis investigaciones, no sé ni de donde vengo, ni qué soy, ni adónde iré, ni qué ser."
Me causó lástima de veras el estado de este buen hombre, que era el más racional, y me convencí de que era más desdichado, el más sensible y el que más entendimiento tenía.
Aquel mismo día visité a la vieja vecina suya, y le pregunté si se había agobiado alguna vez por no saber qué era su alma, y ni siquiera entendió mi pregunta. Ni un instante en toda su vida había reflexionado en alguno de los puntos que tanto atormentaban al buen brahma; creía con toda su alma en Dios y se tenía por la más dichosa mujer, con tal que de cuando en cuando tuviese agua para bañarse. Atónito de la felicidad de esta pobre mujer, me volví a ver a mi filósofo y le dije:
-¿No tienes vergüenza de tu desdicha, cuando junto a tu vive una vieja utómata que no piensa en nada y vive contentísima?
-Tienes razón –me respondió-, y cien veces me he dicho que sería muy feliz si fuera tan tonto como mi vecina; pero no quiero gozar semejante felicidad.
Me golpeó aún más esta respuesta del buen hombre que todo lo que me había dicho antes; y examinándome a mí mismo, ví que efectivamente yo tampoco quisiera ser feliz a cambio de ser un majadero.
Se propuso el caso a varios filósofos, y todos pensaron como yo. No obstante, me decía a mí mismo, rara contradicción es pensar así, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada cuenta tener entendimiento o ser necio. También me dije: los que viven satisfechos con su suerte, no dudan de vivir satisfechos; y los que discurren, dudan de discurrir bien. Entonces, está claro que uno debería escoger no tener pizca de razón , si la razón contribuye a nuestra infelicidad. Todos pensaron igual qu eyo, pero ninguno estuvo dispuesto a volverse tonto por vivir contento.
De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, más aprecio hacemos todavía de la razón. Y pensándolo bien, parece que preferir la razón a la felicidad, es un desatino descomunal. ¿Pues, cómo explicamos esta contradicción? Igual que todas las demás, y sería el cuento de nunca acabar.




3 comentarios:

mussol7 dijo...

Me ha gustado mucho el cuentecito. Dice un proverbio " No es mas felíz el que mas cosas tene, sino el que menos cosas desea"
Un saludo

Anónimo dijo...

hola, me ha gustado mucho tu blog, trate de enviarte un correo pero algo pa´só y no pude, me podrías enviar tu dirección de mail, plz

Gabriela Collado dijo...

Anónimo: mi dirección de correo es magaviajera@gmail.com. Gracias!

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